MÍSTICA

Podemos encontrar tres relatos breves en la antología “Mïstica”, de la fotógrafa Mara Hernandez; entre los de otros autores de carrera en la literatura y el arte de género.
“El carmín de los muertos”, “La Hija Santa” y “La corona de Rosas Rojas”
  Los tres relatos de corte gótico funcionan de modo independiente, pero también se pueden leer de modo conjunto, ya que están relacionados.

“Incorrupta, así había permanecido. Con una herida escarlata en su pecho, allí donde había reposado la cruz al protegerla con sus manos.  El pueblo entero acudía a venerarla cada tarde y con rosas adornaban el salón del ayuntamiento donde su cuerpo recibía las bendiciones. El alcalde, un marqués de los nuevos tiempos, se había adherido a la política; y su hija, ejemplo de belleza, virtud e inocencia, le había acompañado, siempre vestida del blanco más puro, en cada una de sus apariciones.”

 (fragmento de “La hija Santa”)

MÁSCARAS ROTAS
 

Es un antología de relatos de un grupo de escritores independientes que se reunieron para escribir en torno al problema candente del acoso escolar. En él participan 21 autores con un cuento cada uno, y los beneficios se han donado a la asociación AMACAE. La comercialización se está efectuando a través de Amazon.
   Muriel Dal Bo participa con su relato “Fronteras”, que abre la selección, en un cuento que habla del acoso escolar, pero también de la aceptación de uno mismo, y el descubrimiento de la sexualidad.
 

“La niebla descendía desde la loma sobre el acantilado, jirones grises, somnolientos. Adrián dio un paso atrás sobre la hierba húmeda. Su pecho estaba agitado, la respiración acelerada, las mejillas rojas entre el pelo rojo, contrastando violentamente con su camisa de cuadros verdes, abierta, medio caída, empapada de sudor. La caza había terminado. Como una jauría de perros acorralábamos a nuestra presa. Delante de él, nosotros; detrás, el mar furioso. Yo reía. Germán reía. También reía Kevin y a mi izquierda reía Lázaro. De pronto dejé de reír. No sé por qué. Quizás porque la niebla comenzó a cubrir las delgadas piernas de Adrián y sentí que se escabullía. O quizás no fue eso, quizás fue ver que su bota daba un pequeño paso atrás, cuando no parecía que existiera un atrás. Lo cierto es que contuve el aliento. Mis brazos se desplegaron por delante de mis amigos, impidiéndoles acercarse más, cortando sus insultos. Mis ojos y los ojos húmedos de Adrián se cruzaron un instante entre la niebla. A mi izquierda, Lázaro, sujeto por mi brazo aún, le increpó:
—¡Vamos, Hueso de pollo! ¡Ven aquí!—. En ese pequeño segundo reaccioné, giré sobre mí mismo. Mi puño se estrelló contra el rostro de Lázaro. Sentí su mandíbula crujir bajo mi golpe, un diente sonó descolocándose, y su cuerpo cedió blandamente hacia el suelo. Los demás chillaron. Una mezcla de voces que me gritaban, nadie comprendía por qué pegaba al que había sido un devoto ayudante. ¿O no? ¿O no era eso? Sus manos señalaban hacia el frente y solo vi la niebla, ni rastro de Adrián.”


 (“Fronteras”, fragmento)